domingo, 29 de enero de 2023

Amor y Tiempo

 GALERÍA DE DIBUJOS

Un poema de Fabio Romero

He dibujado las flores que tanto amas,
tu boca cambiante,
tu rostro encarcelado en una tarde navideña,
la sombra que ocultas con una mirada esquiva

Dibujé el silencio entre dos aceras en la madrugada
el significado oculto detrás de la frase que nunca te dije,
y el tiempo,
sobre todas las cosas he dibujado el tiempo,
que está hecho de espera,
incertidumbre
y distancia 

domingo, 22 de enero de 2023

Diente de león

 


Un micro de Yolanda Martínez Adrover.

Tenía cinco años cuando descubrí aquella curiosa flor de tallo alargado que destacaba sobre el manto verde de mi jardín. La observé con delicadeza deleitándome con la estructura esférica de sus esporas. Fui testigo de cómo el viento la hacía desprenderse de alguna de ellas. Un día, camino a la escuela, tiré del brazo de mi madre hasta alcanzar una. Entonces conocí su nombre: diente de león, y la posibilidad de pedirle un deseo. No lo dudé, pensé uno con decisión y soplé. Mi ilusión se fragmentó y salió flotando por el aire. Al llegar al colegio, estaba cerrado.

viernes, 13 de enero de 2023

Jorge Luis Borges y Juan Rulfo

 Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura.” JL Borges.

Jorge Luis Borges visitó la ciudad de México en 1973. Amable, accedió a todos los «impiadosos compromisos» que, según sus palabras, «confundían a un modesto autor con un pésimo actor»

A su llegada al país, el escritor argentino «pidió un favor» a sus anfitriones. Quería hablar con Juan Rulfo. Le sugirieron entonces un desayuno. «Pido clemencia -respondió-. Prefiero los atardeceres. Las mañanas me derrotan. Ya no tengo el brío ni las fuerzas para entregar al día lo que se merece. Hoy el crepúsculo me sienta mejor. Sólo quiero conversar con mi amigo Rulfo».

Del encuentro entre Juan Rulfo y Jorge Luis Borges se recupera el siguiente diálogo:

Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.
Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos «maestro», dígame Jorge Luis.

Rulfo: ¡Qué amable! Usted dígame entonces Juan.

Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.

Rulfo: No, eso sí que no. Juan cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.

Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, cómo ha estado últimamente?

Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.

Borges: Entonces no le ha ido tan mal.

Rulfo: ¿Cómo así?

Borges: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.

Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.

Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.

Rulfo: Así ya me puedo morir en serio.

martes, 3 de enero de 2023

Brillo

 



Así inicia la novela Brillo de la escritora Raven Leilani

La primera vez que lo hacemos, estamos vestidos de pies a cabeza, en nuestros escritorios, en horas de trabajo, bañados por la luz azul del ordenador. Él está en las afueras, procesando un nuevo lote de microfichas, y yo en el centro, ocupándome de las correcciones de un manuscrito nuevo sobre un perro labrador que es detective. Me dice lo que ha comido y me pregunta si soy capaz de quitarme la ropa interior en mi cubículo sin que nadie se dé cuenta. Sus mensajes van acompañados de una puntuación impecable. Le gustan palabras como saborear o abrir. La caja de texto vacía está llena de posibilidades. Sí, vale, me da cosa que desde Informática se conecten en modo remoto a mi ordenador o que mi historial de internet me haga ganarme otra reunión disciplinaria con Recursos Humanos, pero, hay, ese riesgo. Lo excitante de un tercer par de ojos inadvertidos. La idea de que alguien de la oficina, con ese optimismo ingenuo que sigue a la pausa de la comida, pueda toparse con nuestro hilo y ver con cuánto mimo Eric y yo hemos construido este mundo privado.